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viernes, 6 de diciembre de 2013

En Tacumbú se infligieron heridas para llamar atención

Las condiciones inhumanas en las que viven los más de 4.000 presos de Tacumbú han llevado a algunos a tomar decisiones extremas. Dos internos se cosieron la boca para llamar la atención. El doctor Silvio Ferreira, único condenado por el desvío de fondos de Justicia y Trabajo, atiende sus heridas para evitar infecciones, pero los internos se niegan a consumir alimentos.



Marcelino Vázquez Vera, aparte de coserse la boca se perforó la piel entre los dedos en protesta por su situación. 

Si bien los presos de Tacumbú fueron recluidos porque representan un peligro inminente para la sociedad, eso no significa que el Estado los tenga hacinados en condiciones infrahumanas.

Por lo menos les debería garantizar el derecho de vivir encerrados, pero bajo un techo y por lo menos una cama donde dormir.

Sin embargo, los internos de Tacumbú son restos humanos para el Estado, que deben vivir como zombies en los pasillos, expuestos a enfermedades, como hongos y problemas respiratorios.

Hasta el martes pasado eran 4.027 internos en un espacio preparado solo para 1.500 personas.
Es el mismo infierno, porque además de soportar la falta de oxígeno y la pestilencia, deben vivir cuidando su propio pellejo.

Las violaciones son sucesos diarios en Tacumbú. Es normal escuchar de noche el llanto de alguien que está siendo sometido sexualmente por otros, según nos relataron. No solo los acusados de violación son “castigados”. Cualquiera en el penal corre peligro, comentó una persona, que hace poco recuperó su libertad.

Esto no ocurre en el sector VIP, donde están los internos como Adolfo Trotte y otros, que tienen para pagar una suerte de alquiler. Los familiares que quieren que su hijo o marido permanezca en el sector, deben abonar G. 3 millones. Pueden entregar en dos cuotas en un lapso de 15 días, de lo contrario se le envía a los pasillos, en territorios hostiles, donde ya no cabe ni una aguja, y los nuevos deben pagar derecho de piso. Un colchón en óptimas condiciones cuesta G. 150.000; el resto de un colchón se consigue en G. 20.000. Quizás este pequeño negocio es bastante lucrativo porque la última vez que el Estado adquirió colchones, luego de tres años, fue en marzo pasado y apenas 2.000, siendo casi 10.000 la cantidad de presidiarios.

FuenteAbc

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