Atormentada por los recuerdos que no la dejan vivir en paz, esta semana salió del anonimato tras entregar un ejemplar de su libro “Una rosa y mil soldados” a Humberto Rubín.
Más de cuatro décadas atrás la vida de Julia Ozorio era el de una niña inocente de guardapolvo blanco que no sabía pronunciar el apellido de Stroessner, lo que la dejó muchas veces sin recreo. No entendía el motivo, como tampoco lo entendió cuando fue arrancada de su pueblo natal, la compañía Isla Guavirá de Nueva Italia, el feudo de los Sanabria Cantero y los Miers.
Ahora está de paso por Paraguay, luego de 37 años de vivir encerrada en un barrio muy humilde de Buenos Aires. Divulgar el libro ya le trajo mucho temor y dolores de cabeza. Su teléfono suena a las 02:00 de la madrugada con amenazas. Ella cree saber de dónde provienen, pero saca fuerzas para seguir adelante.
Esta fue la conversación que tuvo ayer con la prensa:
-¿Qué la movió a escribir este libro?
-Aguanté mucho y no quiero irme de esta tierra sin contar mi verdad. Durante largo tiempo fue mi veneno. Años y años iba al sicólogo y hasta siquiatras. No podía dormir, no me podía curar. Entonces uno de mis siquiatras me dijo “animate a escribir, yo te voy a ayudar, eso te hará bien”.
-¿Ahora se siente mejor?
-Pareciera que estoy un poco más alivianada. Pero jamás se me va a curar la herida por lo que pasé. No sabés lo que es despertarte asustada, soñando cada noche con todos los militares, con las cosas que pasé. Jamás me olvidé de todo eso.
-¿De dónde viene el título del libro?
-Un día yo estaba en Curuguaty sentadita sobre una roca con mi uniforme de soldado. Pasó un soldadito de ojos azules que me preguntó ¿Cómo te llamás, nena? Le respondí, Pulguita. Y él me dijo “¿por qué ese nombre tan feo si parecés una rosita, una rosita que está entre los soldados?”. Yo traduje aquello a mi modo. No sé si me habrá mirado como mujer dentro de la ropa de un soldado… Pero allí nació el nombre.
-¿La llevó mucho tiempo escribir?
-Me llevó dos años y medio escribir. Cada vez que hacía una página lloraba 15 minutos y decía barbaridades que me venían a la mente. Yo misma no podía creer lo que me había pasado. Tomaba sedantes. Me ponía un nombre de fantasía “Vicky” o “Mónica” para no decir “Julia escribí tu historia”. Me costó muchas lágrimas hacer esto. Empezaba a la noche y amanecía. Luego me ayudó un sobrino. La llevé a una imprenta, pues no tenía dinero para una Editorial muy conocida. Muchos lloraron con mi historia.
-¿Cuánto tiempo estuvo cautiva?
-Dos años. Desde los trece recién cumplidos hasta los 15. El coronel Miers decía que cuando uno tenía 15 años ya era una mujer vieja y que hay que devolverla o tal vez matarla de una vez.
-¿Se liberó y se fue a Buenos Aires?
-Sí. Tenía 15 años y fui sola con el documento de mi hermana mayor, caso contrario no me iban a dejar entrar por la edad. Me casé con un argentino y venía de vez en cuando, a escondidas.
-¿Volvió a ver a sus padres?
-A mi mamá la volví a ver luego de mucho tiempo, pero no es lo mismo. Siempre hubo un resquemor, indiferencia. No le culpo a mi familia. Tal vez mi madre tenía su cachorrita para defender a mis otros hermanos y no pudo hacer nada del miedo. No le puedo culpar de todo. Mis hermanos eran todos menores. Mi padre ya falleció. Nunca más lo volví a ver.
-¿Podría recordar el día en que fueron a buscarla los cazadores de niñas?
-Apareció en mi casa el coronel Miers con dos soldados y miró a mis dos hermanas. No sé, seguramente las catalogó como no de su agrado, o que ya no eran vírgenes. Elegían siempre a la nena más pequeña de trece años, piel blanca y rubita. Me llevaron a la camioneta. Yo solo hablaba guaraní, como en toda la campaña en mi generación.
-¿Cómo fue su primer encuentro con el coronel Miers?
-Llegamos a la fábrica de Laurelty donde había soldados y civiles que estaban al cuidado del lugar. Cuando me bajé amagué escapar. Pero me paró y me dijo en tono militar: “un momento, Pulguita. Aquí no hay salida. Así que no intentes escapar de aquí”. Yo que era tan flaquita y de pelo largo, me alzó con una sola mano y me llevó a su amplio dormitorio y me dijo que no llorara. “Por acá pasaron muchos niños, algunos salían con vida y otros no”. Me desnudó y me miró por largo rato y me dijo: “eres una niña muy bonita. Espero que seas virgen como me imagino”. Me encontró sanita como él quería. Así pasó esa noche increíblemente cruel. Era un señor borracho, tomaba whisky día y noche.
-¿Quedaba sola el resto del tiempo?
-Me quedaba con la gente de la fábrica que trabajaba allí. El coronel venía dos veces al mes. Me escapaba, por así decir, y hablaba con los soldaditos, pero nunca los conocía por nombre sino como Cabezón, o algo así. Allí fui olvidándome de mi gente y salía a jugar en la arena. Escribía en el suelo. No tenía ningún papel. Había otras niñas pero hablaba muy poco con ellas. No sé por qué. Y cuando el coronel me dijo que dos habían muerto, parecería que no sabía nada de lo que significaba eso, ni por qué. ¿De qué murieron?, le dije, pensando que era tal vez una gripe. Pero era porque “eran negras y lloronas”. “Ni el llanto de mi madre me conmueve, así que no empieces a lloriquear”, dijo. Cuando estaba borracho saciaba su lujuria hasta no poder más.
-¿Ud. habla en el libro de que la exponía a otros hombres?
-A veces me hacía caminar desnuda entre los soldaditos…
-¿Quién le daba de comer?
-Cocinaban los soldados y había un señor que cuidaba a las chicas. Me hacía polenta de gallina, mezclada con arroz. Recogía millones de huevos, pero el desgraciado, jamás incluyó en mi comida un solo huevo. Pero no importa, el diablo le estará haciendo buena compañía ahora.
-¿Ud. cuenta que solo dos veces al mes le permitían bañarse?
-Eso es totalmente cierto. Todo es cierto. Una sola vez me compró para llevarme a un casino cuando ya estaba por cumplir los 14 años. Siempre usaba ropa de los soldaditos, que me quedaban grandes. Nunca me regaló un solo zapato, andaba descalza.
-¿Le pegaron con alambre de púas?
-También eso es cierto. Tengo todavía una pequeña cicatriz sobre la rodilla porque le hablé mal cuando me dijo “nuestro presidente (Alfredo Stroessner)”. Le dije algo así como que tenía cara de serpiente y que cuando sea grande voy a elegir a mi presidente, siempre en guaraní porque casi no sabía hablar el castellano. Agarró como un látigo de púa y me acusó de “comunista” y una “argentina rebelde”. Mi mamá era de origen argentino.
-¿Hablaba mucho con Ud.?
-Me contó una vez algo así como que se había quemado su auto estando hacia Clorinda una vez que fue a la pesca. Y muchas otras cosas como si yo pudiera entender y solucionar algo. Tal vez pensó que yo era como esos animalitos que le miraba al contarme las cosas. Me contó una vez cómo Stroessner subió al poder y yo le escuchaba, y escuchaba. Retenía en mi mente… Y cuando empecé a hablar más el castellano anoté todo lo que me acordaba.
ASI COMO SE LEE…
“Cuando llegaba a la ciudad el ahijado del diablo, el Coronel Miers, las madres escondían a sus hijas de diez hasta quince años bajo la cama o dentro de los placares”.
“Al coronel no le importaban los lazos de sangre. Lo único que le interesaba era que las niñas fuesen vírgenes y bonitas, además de piel blanca”.
Así, fui arrancada un día del seno familiar, cuando apareció un tal Coronel Miers. Mi madre, no sé si fue por miedo (…), ante una sola amenaza, me entregó. Hasta ese momento ni en sueños lo conocía al temible lobo”.
Fuente: Digital ABC
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